Cada vez más bandas y periodistas de rock- y otros géneros- ponen el
acento en proyectos que buscan federalizar la música frente al gran
mercado y las corporaciones. Además, llevan adelante sus producciones
alejándose del paradigma de la concepción de “estrella”, una
sectarización que se caracterizó por estigmatizar a las culturas
populares. En épocas de “revolución de la alegría”, crece la importancia
de la autogestión a través de las redes sociales y la implicancia en la
política cultural como resistencia.
Por Javier Tucci
Durante los ’90 y hasta no hace mucho, voces “autorizadas” vendían
panfletos y verdades absolutas en materia de pseudo periodismo, al mismo
tiempo que se trataba de seducir a los jóvenes con la idea de la muerte
de las ideologías y sobre la máxima de que el rock y gran parte de la
música popular estaba perdida en lo más burdo. De esto último puede
decirse que a esas voces le faltaron los cojones para sumergirse en un
contexto donde se sembró miseria y las condiciones para un determinado
modo de ser sujeto.
El filósofo alemán Friedrich Nietzsche dice algo más o menos parecido
a que la verdad se construye por consenso y es verdad hasta que otra
verdad la suple, también por consenso. Un trabalenguas, ¿verdad? Pero
traducido a la temática que aquí vamos a desarrollar- la deuda del rock y
sus “especialistas” con la sociedad, salvo escasas excepciones,-
diremos que hay pequeñas verdades que asoman y se animan a ir en contra
de lo que propone la cultura hegemónica del mercado con sus grandes
empresas, proyectos periodísticos y festivales importados. Y lo hacen
desde proyectos disruptivos y revolucionarios por donde se los mire
(asociaciones independientes de músicos o artistas, festivales
nacionales, provinciales y municipales, por fuera de toda órbita
comercial), porque se animan a abordarlo desde su función social.
En este sentido, traemos la cita del músico argentino Miguel Pérez,
más conocido como Yuelze (publicada en una entrevista que le realicé
para el portal Política y Medios)
quien formó parte de la banda de León Gieco y los caballos cansados,
integró el dúo Miguel y Eugenio, el grupo Aucán y fue sesionista de
músicos como Domingo Cura, entre otros: “El día en que tuve la suerte de
charlar dos horas con Joan Manuel Serrat me dijo: ‘un músico popular es
como un periodista que tiene una columna en un diario, sino la usa
bien, no está cumpliendo ninguna función social’, esa frase me marcó
para siempre. Sería algo así como qué sentido tiene que yo cante para
que mi ego se alimente, o si canto porque estoy brindando algo que sea
útil para el bien común’”.
Volviendo a lo que respecta netamente al rock, debemos tener bien
presente que nació como una industria cultural dirigida al consumo de
las clases medias occidentales, por ende, muy pocas veces se arremangó y
escuchó las voces mutiladas, salvo casi todo lo que provenga de los
barrios negros estadounidenses, bulevares ingleses de clase trabajadora y
algunos otros que han respirado el hondo bajo fondo donde el barro se
subleva.
Pero por suerte, los tiempos cambian y otros se animan a transgredir
los moldes de lo posmoderno, posturas que tienen que ver con otra cara
del rock, llámese antimercado y antiocio, que van por fuera de la
concepción que adoptan algunos (los más) para lucrar y figurar.
Aquí no hay verdades absolutas sino una añoranza para un nuevo
abordaje del rock, no como mera producción del arte para unos pocos sino
para analizarlo y reproducirlo como posibilidad histórica en clave de
aportar los medios de producción para su federalización y
democratización.
A las discográficas les molesta… y mucho
Este modo de encarar al rock como una manifestación cultural, social,
política y económica la adoptan cada vez más artistas, comunicadores,
historiadores para elaborar proyectos colectivos que generen una
estructura organizacional autogestiva. Estos proyectos tienen la
finalidad de acercarse a lo que está ahí afuera, la realidad misma con
sus miserias y alegrías, lejos de la operación comercial mercantilista
del triunfo.
Bandas como Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota y movidas como
Músicos Independientes Argentinos (MIA), a la cabeza de la familia
Vitale, fueron las primeras trincheras en marcarnos el camino de la
autogestión en Argentina. Escuela que luego retomaría la UMI a
principios de siglo para trabajar incansablemente de norte a sur y de
este a oeste del país con asociaciones de músicos de cada rincón del
país. Para lograr la justa posibilidad de brindarle cultura a la
cultura, a través de su producción y distribución, desde la ley de la
música y la creación del Instituto Nacional de la Música (INAMU)
-gracias a la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual que hoy ya no
existe por decisión del gobierno de Mauricio Macri-.
Y para ejemplificar traemos no sólo el INAMU, el órgano que se
encuentra llevando disertaciones en las 24 provincias de esta república
para que los músicos conozcan derechos que a veces ni saben que tienen,
sino que también encontramos a diferentes colectivos como Sudamétrica y El Triángulo,
dos sellos que incentivan el rap y hip hop nacional. Ambas
discográficas fueron creadas por iniciativa de dos raperos, el primero
por Mustafá Yoda y el segundo por Marcos Miranda, y surgieron por la
necesidad imperante de darle espacio a artistas que no encontraban donde
poder grabar sus laburos.
Y si vamos más allá, existen colectivos por toda la patria grande que
apuestan a la autogestión de proyectos culturales, que a veces alcanzan
lo periodístico y político, como es el caso de los hermanos venezolanos
Puño Alzao que desde 2016 cuentan con una plataforma de noticias
llamada https://elsilbonagenciai.blogspot.com.ar/
Fukuyama LTA
Hacia finales de los ochenta, con gran afianzamiento en los ’90, el
rock de América Latina y el Mundo comenzó a explorar otras melodías con
qué fusionar su historia ampliamente atravesada por diferentes culturas y
sentimientos de época. Ese meterse, ese recorrido antropológico que
llevan a cabo muchas agrupaciones rockeras y no rockeras, es el renacer
de las comunidades, las costumbres y formas culturales que fueron
silenciadas por la modernidad, pero que hoy vuelven a tener voz
aglutinándose contra todo mercado y con un plus: la tecnología con sus
redes sociales, que les permiten idear usinas artísticas como festivales
independientes, discos que ya no se venden a través de un sello sino
que se suben a una plataforma o un sitio web, etc.
Por otro lado, el descreimiento político de los pibes fue una receta
pensada y aplicada, poxirán y paco de por medio, para matar a otra
generación que pudiera pensar y denunciar las atrocidades del
capitalismo. Y como las ideas no se matan, fue que esos “marginales o
periféricos” -como les llama el autor de “El Rock Perdido: de los
hippies a la cultura chabona”, Sergio Marchi-, terminaron por delinear
una poesía única, y esto va para cualquier género, sea rock and roll o
punk rock. Y qué mejor ejemplo que 2 Minutos cantando y describiendo su
barrio en medio de la miseria que había significado la crisis post
dictadura y el resquebrajamiento social de los noventa. “Nosotros
venimos del sur de la ciudad / un barrio de leyenda tango y arrabal /
nosotros venimos de un barrio, de un barrio industrial / tenemos algunos
bares con sus típicos borrachos / y algunas linyeras pidiendo algo que
morfar / barrio obrero Valentín Alsina”. La descripción funciona como
denuncia explícita a la gran crisis por la que atravesó la Argentina
durante el menemato.
Cómo olvidarnos de aquella tristísima pero realista canción de Viejas
Locas “El chico de la oculta”, que describe una foto en la que “su
padre era un borracho que no podía dejar el alcohol, su madre era muy
buena pero nunca lo cuidó, y está tirado, está dado vuelta en un zanjón.
Aspirando las pequeñas cosas que la vida no le dio”. En este caso el
Pity nos lo tira en la cara, el artista logró poner el foco en la mierda
que lo rodeaba. Una canción para que no olvide ningún periodista
iluminado que sólo analiza si la viola tiene dos acordes cuadrados o si
es copia de copia de copia, o si solamente añora la metáfora de otra
época. Un mensaje claro para aquellos que se perdieron la posibilidad de
llegar al artista que relata -como ningún otro- lo que pasa ahí, en su
barrio. En pocas palabras, aquellos periodistas que se perdieron de
generar un puente sociológico que construya sueños y proyectos para los
que no tienen la platita de mami y papi para llegar a tocar en un
festival auspiciado por el gobierno de la ciudad, el Movistar rock o la
mar en coche.
¡Basta de bandas y periodistas estrellas!
El tipo de personas que el rock y sus medios necesitan son aquellos
que sientan que pueden hacer algo con esas historias que están pululando
en cualquier lado, sea un subte, una plaza o en la escalera del
monoblock.
Aquellos que alguna vez practicaron esa sesgada, clasista y estigmatizante lectura sobre los códigos y experiencias que levantaron los jóvenes rockeros de los ’90 y de principios del siglo XXI en nuestro país, hoy tienen una especie de contra hegemonía que les disputa el sentido con un objetivo muy claro: seguir transformando ese sistema que es depredador incluso desde el simple hecho de poner a dedo un listado de bandas que sí o sí deben sonar y replicarse para llenar los bolsillos de algún empresario y nada más. Por eso encontramos carteleras en las calles con productos brillosos e inventados y auspiciados por Sony y Coca Cola y no de artistas que la reman y reman por años para subirse a una tabla más o menos digna para lo que significan.
El rock y la música toda necesitan de la búsqueda de nuevos códigos
para seguir alejándose de la incrédula y ficticia música comercial y sus
millones manchados de imposiciones culturales.
Por suerte aún existen bandas que cumplen un rol social, como así
también herramientas como los Cosquín Rock, San Pedro Rock, Baradero
Rock, los festi Pez o la fiesta Clandestina, que rompen con la lógica de
megafestival importado como el Lollapalooza y algunos otros nuevitos
que no dejan de ser capitales golondrinas, y que no sólo no invitan a
artistas locales sino que se llevan todo lo recaudado en este suelo. Y
hay más…hasta poseen medios como Radio Metro donde los 365 días del año
promocionan esas bandas -que obvio están buenísimas- pero a costillas de
invisibilizar la cultura e identidad argentina, que es tan variada por
cierto en cada una de las regiones.
A la carga mi rock and roll desborda cualquier mal
Cuando decimos que los que hacen rock y derivados le deben al rock
mucho más que letras pegadizas y anecdotarios de una runfla cualquiera,
es porque posta que hay más músicos y escribas que se encierran en la
suya, que muy poco les interesa salir a patear y cantarle a eso que ven
ahí a su alrededor.
El rock por momentos se ve hasta elitista en su devenir y
funcionamiento -se olvidó de su génesis-, no como lo ha hecho siempre el
folclore. Son muy pocas las bandas que aprovechan su mensaje para
contestar- origen de la canción contestataria- como lo hiciera la negra
Sosa, León Gieco o el eterno Peteco Carabajal (quien hace muy poquito le
compuso una canción a Milagro Sala, a un año de su detención en el penal de Alto Comedero en Jujuy). Lo mismo ocurre con Rally Barrionuevo quien salió a repudiar las modificaciones de la ley de bosques y les envió una carta abierta a los empresarios rurales que realizan los desmontes, en la que dice:
"Ustedes me acusan de generar confusión en la opinión pública y de
llevar la discusión al ámbito de las ideologías extremas. Dicen que eso
es lo que se pretende superar. Desde hace mucho tiempo que otros señores
como ustedes vienen vaticinando el fin de las ideologías. Quiero
decirles que los desmontes irracionales que viene sufriendo nuestra
tierra no son otra cosa que el resultado de una ideología extrema, la de
ustedes".
A su vez Arbolito, otra banda del folklore y música latinoamericana,
no tiene reparos a la hora de enfocarse en una composición que grafique
lo que nos pasa, se animó a cantarle las cuarenta al Presidente Mauricio
Macri en su canción “Pará la mano”
Y como si todo esto fuera poco, días atrás las voces folclóricas
continuaron alzándose en el Festival de Cosquín, esta vez de la mano de
la cantante Milena Salamanca y Luis Leguizamón. La primera utilizó un video para denunciar la represión que sufrió el pueblo mapuche en Chubut
por orden del gobierno nacional y provincial (Ver a partir del minuto
4:30), mientras que el hijo del Cuchi salió a respaldar con una remera
del Hotel Bauen a los trabajadores gráficos de AGR Clarín
¡Pero al rock siempre le falta cinco para el peso! Obvio que hay
ejemplos de sobra de proyectos que se pusieron y se ponen al hombro la
posibilidad de utilizar lo público para producir contenidos que sirvan
para el común denominador de los habitantes de este suelo, sea desde la
participación en festivales que denuncian la utilización de glifosato,
la contaminación que producen las mineras a cielo abierto, la represión a
pueblos originarios o el caso del flaco Spinetta poniéndose al frente
de la concientización vial luego de la tragedia de Ecos o cuando
acompañó el ayuno de los docentes de la Carpa Blanca que luchaban por defender la escuela pública allá por el año 1997.
Es en el verbo donde te das cuenta que no hay una escuela que te
enseñe cómo se debe ser rockero o periodista de rock, porque es la
persona misma la que tiene que optar por ser una “estrella” o un
engranaje más para que los pueblos luchen por la igualdad.
Y atrapa migajas del rock maravilla para este mundo…
Ya no podemos gozar de aquel proceso de recuperación de la cultura a
través del Estado que se dio en la última década, pero tenemos más
presente que nunca que las crisis pegan mal y anuncian poco. Y que no
salgan los “especialistas” a decir que el rock no debe codearse con la
política ¿Qué se creen que hizo Bob Dylan, The Clash, Mano Negra, Roger
Waters o David Byrne en sus canciones denuncias? Según de qué lado de la
mecha te encuentres… obvio. Porque es en esa trinchera donde por
ejemplo el reconocido periodista Bobby Flores sintió de repente la
necesidad de formar parte de la gestión de Mauricio Macri, y fue
designado como director de Radio Nacional Rock. Y hablando de Mister
Bobby es necesario dar a conocer su punto de vista sobre la cultura
argentina, publicada en el Diario La Nación: "Venimos de unos años donde
no se fomentaba la cultura de raíz". ¿Podrá señalarnos Bobby cuáles son
los avances en la cultura por parte de la gestión actual de la que él
forma parte?
Los ideales siguen intactos, la creación aún más. Y para remitirme a
este ejemplo debo traer a un 100 % rockero... el señor Pity Álvarez, al
que muchos tildarán de drogón perdido o alucinado del sistema. Y sin
embargo, se olvidan de que al igual que la mayoría de los que se
forjaron en épocas que dejaron vacíos incalculables, fue víctima de una
artillería diseñada que se encargó de sembrar locura y desigualdad.
Sólo será cuestión de agruparse y seguir luchando por lo que es
nuestro, la posibilidad de construir desde lo comunitario y lo popular.
Aunque intenten adornar al rock con espejitos de colores, el rock nunca
morirá como concepción de refugio y punta de lanza para luchar, y así
seguirá buscando cada vez más su rol social, esa gran deuda que mantiene
desde su origen. Porque después de todo el rock a secas y el rock and
roll provienen de los race music del Rythm and Blues y para atrás, del
campo de algodón, donde la armónica denunciaba la privación de libertad
que los esclavos sufrían desde que fueron arrancados de sus tierras.
Espero que muchos se hayan sentido identificado y otros aludidos,
porque la verdad de la milanesa es una… y se construye por consenso.
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