Tom Engelhardt
TomDispatch
Tocando el violín entre el humo en 2025*
Estamos
en enero de 2025; pocos días después de entrar en el despacho oval, el
nuevo presidente ya se enfrenta con su primera crisis a escala real en
el extranjero. Veinticuatro años después de que se iniciara la guerra
contra el terror, desde Filipinas a Nigeria, continúa con todo encono.
Solo en 2024, Estados Unidos realizó repetidos ataques aéreos contra 15
países (o, en unos cuantos casos, países que ya no lo son), entre los
cuales Filipinas, Burma, Pakistán, Yemen, el antiguo Iraq, la antigua
Siria, Kurdistán, Turquía, Arabia Saudí, Egipto, Túnez, Libia, Malí y
Nigeria.
En las semanas anteriores al inicio de su
presidencia, una serie de acontecimientos agitó el Gran Oriente Medio y
África. Ataques con drones y acciones de unidades de Operaciones
Especiales de EEUU en Arabia Saudí –tanto contra rebeldes chiíes como
contra combatientes del Daesh Global– mataron a un número importante de
civiles, entre ellos a muchos niños. El alboroto fue importante en ese
reino, cada vez más inestable, aumentando así la impopularidad de su
joven rey y produciendo el abandono de Washington por parte del
embajador saudí. En Malí, vestidos con uniforme de la policía y montando
motocicletas, tres militantes árabes del frente Azawad, que en estos
momentos controla la tercera parte del norte del país, consiguieron
entrar en la nueva base militar conjunta de EEUU-Francia y, haciendo
estallar sus cinturones explosivos, mataron a dos boinas verdes, a tres
contratistas –los cinco, estadounidenses– y a dos soldados franceses;
también hirieron a varios integrantes de la guardia del presidente de
Malí. En Iraq, cuando acababa 2024, la ciudad de Tal Afar –que ya había
sido “liberada” dos veces desde la invasión de ese país en 2003, la
primera vez en 2005 por soldados estadounidenses y la segunda en 2017
por tropas iraquíes respaldadas por Estados Unidos– cayó en manos de
militantes sunníes del Daesh Global. A pesar de que ahora está asediada
por fuerzas del ejército de la república de Iraq del Sur apoyadas por la
fuerza aérea de EEUU, todavía no ha sido recuperada.
Sin
embargo, la crisis del momento está en Afganistán, donde comenzó la
guerra contra el terror. Allí, el Talibán; el Daesh Global (o GIS, por
sus siglas en inglés), surgido del Daesh en 2019; y al Qaeda en
Afganistán (o AQIA, por sus siglas en inglés), surgida a su vez da la al
Qaeda original en 2021 controlan ahora un número cada vez mayor de
capitales provinciales. Estas van desde Lashgar Gah en la norteña
provincia de Kunduz, que al principio cayó brevemente en poder del
Talibán (2015) y en estos momentos está en manos de combatientes del
GIS. En el ínterin, el gobierno respaldado por EEUU en Kabul, la capital
afgana, está –como lo estuvo en 2022, cuando una ofensiva realizada por
25.000 soldados estadounidenses y contratistas privados la salvó de
caer en manos del Talibán– otra vez sitiada y nuevamente en peligro. El
conflicto que el teniente general Harold S. Forrester, principal
comandante estadounidense en Afganistán, ha definido recientemente como
“una impasse” parece que ha sido delegado. Según se dice, lo que ha
quedado de las fuerzas armadas afganas y sus soldados fantasmas, con un
índice de deserción en aumento y sorprendentes cifras de bajas está al
borde de la disolución. Esta semana, Forrester regresa a Estados Unidos
para testimoniar ante el Congreso y solicitar al nuevo gobierno que
busque en el país 15.000 soldados adicionales, incluyendo unidades de
Operaciones Especiales, y otros 15.000 contratistas privados, como
también más apoyo aéreo importante antes de que empeore la situación y
se convierta en un verdadero desastre.
Ahora, como
muchos otros en el Pentágono, Forrester describe regularmente la guerra
afgana como una “lucha eónica”; es decir, una que no se espera que
termine en generaciones.
* * *
¿Piensa
el lector que exagero? Cuando se trata de las interminables guerras de
Estados Unidos en todo el Gran Oriente Medio y África, ¿es imposible
imaginar un escenario futuro de más de lo mismo? Si, en 2009, ocho años
después de lanzada la guerra contra el terror, mientras el presidente
Obama estaba preparando el envío de una “oleada” de más de 30.000
soldados estadounidenses a Afganistán (al mismo tiempo que juraba que
terminaría la guerra de Iraq), yo hubiera escrito semejante visión
futurista de las guerras de Estados Unidos en 2017, es posible que usted
habría sido igualmente escéptico.
¿Quién habría creído en ese
momento que los políticos de Washington y el comando superior de las
fuerzas armadas pudieran continuar en el mismo estúpido camino (aunque
tal vez sería más exacto decir autopista) durante ocho años más? ¿Quién
habría pensado en ese momento que en el otoño de 2017 intensificarían
sus ataques aéreos en todo el Gran Oriente Medio, todavía combatirían en
Iraq (y Siria), apoyarían una desastrosa guerra saudí en Yemen,
lanzarían la primera (o un conjunto más) mini-invasión en Afganistán, y
así sucesivamente? ¿Y quién habría creído en ese momento que en pago por
llevar a cabo inútiles guerras durante 16 años que tanto hicieron por
la proliferación de organizaciones terroristas en toda una vasta región,
tres generales estadounidenses serían los personajes más poderosos de
Washington aparte de nuestro extravagante presidente (cuya elección
nadie podría haber previsto hace ocho años)? He aquí otra cosa
endiablada: ¿habría usted realmente presagiado que en pago por 16 años
de guerrear infructuosamente, las fuerzas armadas de Estados Unidos (y
el resto del estado de la seguridad nacional) estarían obteniendo aún
más dinero de la elite política en la capital de nuestro país o serían
consideradas por el público la mejor de todas las instituciones de
EEUU?
Bien, soy el primero en admitir que, como adivinos, los
seres humanos somos patéticos. Escudriñar en el futuro con alguna
exactitud nunca ha formado parte de nuestras habilidades. Así, mi
versión de 2025 puede estar equivocada. Dado nuestro mundo actual,
podría llegar a ser demasiado optimista en relación con nuestras
guerras.
Después de todo –solo por mencionar una sombría
posibilidad de muestro tiempo– por primera vez desde 1945, las armas
nucleares podrían ser utilizadas por cualquier país en el curso de una
guerra localizada, con la posibilidad de incendiar Asia e incluso de
dejar en ruinas la economía mundial. Y ni siquiera saco el tema de Irán,
país al que con mucho cuidado –quizá con demasiada cautela– no incluí
en mi lista de países bombardeados por Estados Unidos en 2025 (en
comparación con los siete en estos momentos). Aun así, en el mismo mundo
que está condenando el armamento nuclear de Corea del Norte, la
administración y su embajador en Naciones Unidas, Nikky Haley, parecen
estar trabajando arduamente en la creación de una situación en la que
los iraníes podrían estar desarrollando una vez más sus propias armas
nucleares. Se dice que el presidente está desesperado por enterrar el
acuerdo nuclear que Barck Obama y los líderes de las cinco potencias más
importantes firmaron con Irán en 2015 (a pesar de que en realidad
todavía está en eso), y –en su propia administración– se ha rodeado de
una notable panda de iranófobos, entre los que están el director de la
CIA Mike Pompeo, el secretario de Defensa James Mattis y el asesor en
Seguridad Nacional H.R. McMaster, todos ellos anhelando tener algún tipo
de confrontación con Irán en estos años (conocida la última década y
media de conflictos bélicos de EEUU en la región, ¿qué piensa el lector
acerca del probable resultado de esta confrontación?).
El
Washington de Donald Trump, como apuntó John Feffer hace poco tiempo,
respecto de Ppyongyang ahora está embarcado en una política estilo “los
militares primero”, en la que los recursos, el dinero y el poder se
dirigen prioritariamente hacia el Pentágono y el arsenal nuclear
estadounidense, mientras que el resto del Estado es redimensionado a la
baja. Obviamente, si es ahí donde van a parar los recursos pagados por
el contribuyente, as ahí también donde irán el fruto de su trabajo y sus
energías. Por lo tanto, no esperemos que haya menos guerras en los años
por venir, más allá de lo inepto que ha demostrado ser Washington
cuando se trata de hacer la guerra.
Ahora, dejemos un momento a un lado esas guerras y volvamos al futuro.
* * *
Estamos
a mediados de septiembre de 2025. Con otro diluvio, el huracán Wally
acaba de inundar Houston; este huracán es el cuarto desde que el Harvey
azotara la región en 2017. Es el tercer huracán de categoría 6 –vientos
de 300 km/h o más– que castiga a Estados Unidos en lo que va de este
año; los dos anteriores fueron el Tallulah y el Valerie, lo que
constituye un récord (en 2022 se agregó la categoría 6 a la escala
Saffir-Simpson de vientos huracanados después de que el huracán Donald
devastara Washington DC). El nuevo presidente no visitó Houston. Su
secretaria de prensa solo dijo: “Si el presidente visitara cada zona
golpeada por el clima extremo no le alcanzaría el tiempo para supervisar
la reconstrucción de Washington y gobernar el país”. La secretaria se
negó a responder más preguntas; el Congreso no tiene planes para aprobar
leyes de emergencia para auxiliar a la región de Houston.
Gran
parte de la población que ha quedado indemne en esa ciudad, o bien
había escapado de la tormenta o bien se apretuja en los refugios de
emergencia. Y como pasó en Miami Beach, en estos momentos se piensa que
las zonas más propensas a la inundación de los alrededores de Houston
nunca serán reconstruidas (algunas zonas costeras de Miami fueron en
gran medida abandonadas después de que Donald las golpeara en 2022 en su
trayectoria en dirección a Washington, en parte gracias a una nueva
realidad: el nivel del mar está subiendo más rápidamente de lo que se
esperaba debido a la aceleración del derretimiento de la capa de hielo
de Groenlandia).
Mientras tanto, la temperatura en
San Francisco ha superado los 44 ºC, un nuevo récord para el mes de
septiembre. Esto sucedió después de un verano en el que se experimentó
el récord de 46 ºC, convirtiendo en un artefacto del pasado el dicho
apócrifo de Mark Twain, “El invierno más frío de mi vida lo pasé en un
verano en San Francisco”. En otro año sin el fenómeno de El Niño, la
Costa Oeste volvió a estar en llamas y los trigales de la región central
de Estados Unidos han sido devastados por una tenaz sequía que ya dura
cuatro años.
En todo el planeta, el calentamiento
está aumentando, como lo hacen también las tormentas y las inundaciones;
al mismo tiempo, la temporada de fuegos arrasadores continúa
ampliándose globalmente. Mencionemos solo dos acontecimientos en la
Tierra: en 2014, según el organismo de Naciones Unidas que se ocupa de
los refugiados (UNHCR, por sus siglas en inglés), debido tanto a la
diseminación de conflictos bélicos como a los fenómenos climáticos
extremos, más personas han sido desplazadas –127,2 millones– que en
ningún otro momento de la historia registrada, duplicando casi la cifra
de 2016. La directora de UNHCR, Angélica Harbani espera que este
guarismo sea superado una vez más cuando se contabilicen las cifras de
este año. Además, el derretimiento más acelerado que lo que se esperaba
de los glaciares del Himalaya, ha originado una crisis hídrica en zonas
del sur de Asia, también castigadas por repetidos y desastrosos monzones
e inundaciones.
En Estados Unidos, una semana
después de que el huracán Wally destruyera Houston, el presidente voló a
North Dakota para poner en marcha arrogantemente las obras de
construcción del ducto transcontinental para transportar las arenas
bituminosas de Alberta, Canadá, a la Costa Este de EEUU. “Esta obra
ayudará a garantizar”, dijo, “que Estados Unidos seguirá siendo la
capital petrolera del planeta.”
* * *
Pensemos
esto de este modo: en el horizonte se percibe un nuevo paradigma
climático. Estados Unidos ha sido castigado duramente, desde la
incendiada Costa Oeste a los maltratados cayos de Florida. Y se agrega
otro fenómeno crítico: el crecimiento del poder en Washington –y no solo
allí– del negacionismo del cambio climático de los republicanos.
Pensemos en la unión de estos dos fenómenos como una alianza infernal.
Hasta ahora, no existe evidencia alguna de que en un Washington cuyas
agencias claves están bien provistas de negacionistas climáticos haya
alguna probabilidad de transformación en el corto plazo.
Ahora
bien, mezclemos estos dos escenarios futuros que he descrito: la
infructuosa prosecución de guerras interminables y la aumentada
extremosidad climática en un planeta cada año más caliente (dieciséis de
los 17 años más cálidos registrados se sitúan en el siglo XXI; el otro
es 1998). Trate el lector de evocar un momento semejante mundo; se dará
cuenta de que el daño posible podría ser enorme, incluso si la
“superpotencia solitaria” del planeta sigue –solo durante un breve
periodo– dando alas a la mayor amenaza que enfrentamos, incluso si
Donald Trump no consiguiera ser reelegido en 2020 o se acercara algo
peor que él.
El recalentamiento de nuestro mundo
En
el planeta Tierra ha habido muchas potencias imperiales. Algunas de
ellas cometieron enormes actos de horror –desde el imperio mongólico
(cuyos guerreros saquearon Bagdad en 1258 y pegaron fuego a sus
bibliotecas públicas; según se dice, ennegrecieron el agua del Tigris
con tinta y dejaron sus calles rojas con la sangre derramada), el
imperio español (famoso por su nefasto tratamiento de los habitantes de
sus posesiones del “nuevo mundo”, hasta los nazis (no es necesario
entrar en detalles). En otras palabras, todos ellos se han esmerado para
dejar en claro cuál ha sido el peor de los imperios. Aun así, no
imaginéis que Estados Unidos no ha hecho todo lo pasible por ser el
número uno durante toda la eternidad (¡EEUU! ¡EEUU!).
Según cómo
acabe la política de este país y este siglo, la frase “tocando el
violín mientras arde Roma” podría necesitar una seria revisión. En la
versión estadounidense, habría que sustituir “tocando el violín” por
“librando guerras interminables en todo el gran Oriente Medio, África y
posiblemente Asia”; en cuanto a “Roma”, habría que reemplazarla por “el
planeta”. Solo “arde” podría quedar igual. Al menos por ahora, sería
necesario reemplazar al emperador romano Nerón (que es posible que
tocara la lira, ya que por entonces el violín no existía) por Donald
Trump, el tuitero en jefe, como también “sus” generales y todo su equipo
de negacionistas climáticos que en estos momentos pululan en
Washington, uno más ansioso que otro para liberar la toda potencia de
los combustibles fósiles en una atmósfera ya sobrecargada.
Algunas
veces me resulta increíble que mi propio país, tan elogiado sin cesar
por sus líderes en estos años, mientras la nación “indispensable” y
“excepcional” del planeta, con “la más maravillosa fuerza de combate que
el mundo ha conocido jamás” podría destruir el medio ambiente que ha
nutrido a la humanidad durante miles de años. Mientras la “superpotencia
solitaria” es la última en una alineación de grandes rivales que se
remonta al siglo XV, qué ridícula resulta la arcaica visión de la
historia como una marcha temporal hacia el progreso. Qué ridículo
amenaza hacer el Estados Unidos de mi niñez, el que puso un hombre en la
Luna e imaginaba que no había un problema en la Tierra que no pudiese
ser solucionado.
Imaginemos el gobierno de ese mismo país
distraído con sus desesperadas guerras y las organizaciones terroristas
que continúa generando, enfrentando el posible recalentamiento de
nuestro mundo... y no mover un dedo para ocuparse del problema. En un
Washington donde en cualquier aspecto menos es más, salvo las fuerzas
armadas de Estados Unidos (para las que más es invariablemente menos),
el mundo está patas arriba. Esta es la definición del imperio de la
locura.
¡Esperad un instante! Creo que en algún sitio oigo,
débilmente, el sonido de un violín... tal vez sea mi imaginación, pero
¿siento acaso olor a humo?
* El siguiente fragmento en cursiva,
al igual que el otro más abajo (también en cursiva), están inspirados en
pasajes de la espléndida novela distópica de John Feffer Splinterlands (Tierras fragmentadas) Haymarket Books, Chicago (Illinois), 2016.
Tom Engelhardt es cofundador del American Empire Project, autor de The United States of Fear y de una historia de la Guerra Fría, The End of Victory Culture. Forma parte del cuerpo docente del Nation Institute y es administrador de TomDispatch.com. Su libro más reciente es Shadow Government: Surveillance, Secret Wars, and a Global Security State in a Single-Superpower World
Comentarios
Publicar un comentario