Por.- Reinaldo Iturriza López
Lo más lúcido, audaz, radical y desprejuiciado del chavismo se forjó en
interlocución directa con Chávez, y Chávez mismo mostró su rostro más
lúcido, audaz, radical y desprejuiciado en comunión con ese chavismo.
El
27 de febrero de 1989, sin tarjeta de invitación y sin pedir permiso,
se lanzó a las calles de las principales ciudades del país. Fue la
rebelión del país anónimo, ese que no aparecía en los mapas ni en los
directorios. El mismo país que simpatizó con las rebeliones militares de
1992. El país resabiado que atestiguó la claudicación programática de
la clase política casi toda, de derecha e izquierda, frente al
neoliberalismo, de donde le viene, en buena medida, esa posición
antipartido que asume como cuestión de principios. El país excluido,
casi siempre sin experiencia de militancia partidista, marginado de la
polis, sin ciudadanía reconocida, con vínculos precarios o sin vínculo
alguno con otras formas de representación, como los sindicatos, por
fuera de la esfera de la administración pública, ajeno a los usos y
costumbres de la clase media y su imaginario, y sin ninguna relación con
las elites, como no sea aquella elemental, que determina su posición
subordinada en la pirámide social.
De allí viene el grueso del
chavismo. Claro que sí, también hay un chavismo que viene de los
partidos de izquierda, de las luchas sindicales, de la clase media, por
supuesto del estamento militar, y que ocupa posiciones claves en las
instituciones del Estado. Pero si se mantiene allí es gracias a la
voluntad, al respaldo de aquel chavismo mayoritario.
En un hecho
sin precedentes en la historia venezolana, Chávez puso el Estado al
servicio de ese chavismo “desde abajo”. En un libro que vale la pena
leer con atención, El fenómeno Chávez, Steve Ellner lo resume muy
bien: “El Estado ha creado estructuras conducentes a la participación,
ha promovido los valores socialistas, y ha financiado actividades que
canalizan la energía de gran número de chavistas que tienen una relación
débil o ninguna con los principales partidos de la coalición
gobernante. En el proceso, el Estado ha jugado un papel fundamental al
reforzar el sentido de empoderamiento de la base del movimiento
chavista” (1).
Se podrá analizar en extenso sobre las
implicaciones políticas de esta circunstancia, y de hecho es necesario
hacerlo. Pero juzgar a priori como positiva o negativa esta
interlocución sin mayores mediaciones entre el chavismo popular y
Chávez, es un grave error. Simplemente, tales han sido las condiciones
particulares en que ha tenido lugar la revolución bolivariana.
Estas
condiciones particulares suponen ventajas y desventajas, claro está,
siendo la desventaja más evidente que la ausencia de Chávez produce un
cortocircuito político de enormes proporciones, que afecta al grueso del
chavismo y pone en riesgo la vitalidad de la revolución. Tan sencillo
como que no existe mediación política que sustituya las mediaciones
previas, porque la potencia de la relación entre Chávez y el chavismo
popular dependía en buena medida de que tales mediaciones fueran
precarias o inexistentes.
Más importante aún, estas condiciones
particulares nos dicen mucho de la forma específicamente chavista de
hacer política. Nos dicen, por ejemplo, que ocupar el Estado solo tiene
sentido si promueve “desde arriba”, activamente, la participación del
chavismo “desde abajo”, es decir, en la medida en que hace de este
chavismo el sujeto protagonista de la política.
Iniciativas
políticas de enorme calado estratégico, distintivas de la revolución
bolivariana, como las Misiones o las Comunas, deben ser valoradas desde
esta perspectiva: ellas suponen un esfuerzo titánico por poner al Estado
al servicio del chavismo popular. En el caso específico de las
Misiones, según Steve Ellner, la actividad de este chavismo de base “fue
significante desde un punto de vista político, ya que cimentó la
identificación con el chavismo, exactamente como lo habría hecho su
participación en una organización social, un partido o un sindicato
chavista” (2). Idéntica consideración puede hacer para el caso de las
Comunas.
¿El protagonismo de este chavismo popular tuvo como
consecuencia el desplazamiento o la pérdida de influencia del chavismo
con tradición de militancia partidista o sindical, proveniente de la
clase media, de los estamentos funcionarial o militar? De ninguna
manera. Al contrario, este otro chavismo siempre llevó la ventaja a la
hora de hacer demandas al Estado, y tal como en el caso del chavismo
popular, y del pueblo en general, sin distingo de filiación política,
vio mejoradas significativamente sus condiciones materiales de
existencia. Lo que Chávez garantizó siempre fue un equilibrio de
fuerzas, con énfasis en el chavismo popular en sus momentos de mayor
audacia, lucidez y radicalidad democrática.
Este equilibrio de
fuerzas y, eventualmente, el protagonismo del chavismo popular, es
consustancial a la forma específicamente chavista de hacer política. Por
eso siempre hay que hacerse la pregunta, y mucho más a las puertas de
una contienda electoral presidencial: ¿cuál es la situación de este
chavismo “desde abajo”, cómo está la correlación de fuerzas a lo interno
del chavismo?
Para decirlo de una vez, actualmente predomina el
desequilibrio. Hace algunos pocos años escribía Steve Ellner: “La
fricción continua entre un gran número de chavistas independientes, por
una parte, y la dirigencia partidista, por la otra, es una
característica sin precedentes en el proceso revolucionario que requiere
novedosas formulaciones políticas y teóricas. La incapacidad de ambos
grupos para lograr una posición de dominio durante un período tan largo
de intenso conflicto socava el argumento de que una de las dos
estrategias de cambio radical es inviable en el contexto político
actual. La coexistencia de los dos enfoques sugiere la necesidad de
llegar a una síntesis que unifique a los dos conjuntos de actores, y
supere la desconfianza entre ellos” (3). No solo tal síntesis no se ha
producido, sino que la burocracia partidista ha ganado un terreno sin
precedentes, logrando a través de distintas vías, por ejemplo, limitar
la consolidación y el crecimiento de las Comunas, lo que naturalmente ha
hecho aumentar la desconfianza entre las partes.
El hecho de que
la misma burocracia partidista, ejerciendo responsabilidades de gobierno
en estados y municipios, tenga el control de la distribución de
alimentos a los Comités Locales de Abastecimiento y Producción, ha
favorecido las peores prácticas clientelares, lo que ha acrecentado el
malestar popular. En cuanto a la otra gran iniciativa organizativa de
los últimos años, el Movimiento Somos Venezuela, en el que confluyen
todas las Misiones sociales, está por verse si será capaz de superar la
lógica asistencialista a la que propende el estamento funcionarial,
históricamente receloso del chavismo popular, y escéptico respecto de
sus capacidades y potencialidades. Mención aparte merece la Gran Misión
Vivienda Venezuela, que ha venido dejando de lado la apuesta por la
autogestión, central en el diseño original de la política.
Mientras
tanto, el chavismo popular, que no está exento de responsabilidades,
sigue buscando la fórmula que le permita lograr niveles mínimos de
articulación política, en un contexto de severas dificultades
económicas, de profundización del cerco imperialista, de interlocución
casi nula con el liderazgo político chavista y con escaso apoyo del
Estado.
Las recientes disputas interpartidistas no son sino
efectos de superficie de esta tensión principal que atraviesa al
chavismo desde sus orígenes, y con frecuencia ni siquiera son eso: no
pasan de disputas entre burocracias políticas por cuotas de poder. No
hay que olvidar que el Gran Polo Patriótico fue concebido en sus inicios
como un espacio de articulación política que iba más allá de los
partidos.
En resumen, parece clara la peligrosa vocación
antihegemónica de las fuerzas predominantes hoy a lo interno del
chavismo, esto es, su desconocimiento de la forma específicamente
chavista de hacer política, su propensión al desequilibrio de fuerzas,
lo que implica un enorme riesgo para todo el movimiento, en tanto que
puede alejar la posibilidad de una victoria electoral presidencial que
resulta vital y, lo que es más grave, puede significar la posibilidad de
una claudicación en lo estratégico aun resultando victoriosos en la
próxima contienda electoral.
Notas
(1) Steve Ellner. El fenómeno Chávez: sus orígenes y su impacto (hasta 2013). Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos / Centro Nacional de Historia. Caracas, Venezuela. 2014. Págs. 241-242.
(2) Steve Ellner. El fenómeno Chávez: sus orígenes y su impacto (hasta 2013). Pág. 256.
(3) Steve Ellner. El fenómeno Chávez: sus orígenes y su impacto (hasta 2013). Pág. 319.
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